domingo, 17 de julio de 2011

Uno nuevo a la colección

Tenía entre mis manos nuevamente, un conjunto de hojas escritas por ambos lados, numeradas, y con ese olor a celulosa virgen. Lo observé con un poco de des-confianza, algo en dicho libro, no me agradaba, lógicamente era una simple intuición, ya que ni siquiera había roto la transparente envoltura que lo protegía de robar sus más íntimos pensamientos. El libro visualmente era muy atractivo, con mis colores favoritos en la portada,y un formato de las letras muy llamativo. Tales genuinos atributos, me sugerían e incitaban a localizar rápidamente la sinopsis del nuevo juguete que me habían obsequiado. Debo reconocer, que según lo que estaba leyendo en la parte posterior de dicho libro, la novela con aires romanticones, se veía interesante, y entretenida. Dicho entusiasmo que me provocaba leer el rápido adelanto de las letras contenidas en esas
hojas, era extraño, ya que por lo general, mis gustos literarios, no radicaban precisamente en esas novelas románticas -de las cuales incluso me reía-. Decidí comenzar a leer el libro, y al principio estaba muy entusiasmado, y quizá demasiado, ya que pasaba largos ratos del día, dedicándole exclusiva atención a ciertas letras que más que simple zalamería y sentimentalismo barato, retrataban una perspectiva de atracción entre dos personas, muy distinta a la típica, ya que ambos coincidían en que sus sentimientos se encontraban en un intervalo de reposo proliferativo, entre dos variables, el gustar y el amar, pero con distancias abismantes desde el centro -donde se encontraban ambos- hacia cada extremo. No obstante, cada vez que volteaba la hoja, siempre pensaba que la historia terminaría mal, pero también acompañado, de un iluso; quizás no.

Doscientas treina y dos páginas después, la historia ya no me gustaba mucho. De hecho me dí cuenta, que me dolía descubrir algunas cosas de la protagonista. Era extraño, sabía que era sólo un libro, sin embargo me sentía muy reflejado con el protagonista al parecer. Tras cada cosa que leía que ella le ocultaba, yo optaba por dejar de leer el libro y dejarlo en algún rincón de la casa. Mala idea, porque a los pocos días, ahí estaba nuevamente, leyéndolo, y deleitándome con la historia, que ella muy bien sabía contar.
El día en que la protagonista dejó esperando al tipo en la estación de metro, y luego le comentó a este por medio de una carta, que estaba algo insegura de lo que sentía por él, el joven se encontró con una inminente des-ilusión -que el ya había imaginado sentir en muchas veces anteriores- .
Decidí dejar el libro ahí, en la mitad, no podía continuar leyendo, tampoco tenía ganas de especular en que quedaría todo, ni mucho menos, leer las explicaciones que ella le daría. Pensé en un momento, en dejarlo junto a tantos otros que había leído, ¡pero no! éste libro debía des-aparecer, o si no volvería nuevamente a tomarlo, y todo se reanudaría una vez más. Pensé en quemarlo, pero dicha acción se contradecía con un principio casi moral que tenía hacia los libros en general, por más mierda que me hicieran sentir aquellas letras.
Compré un papel similar al que venía cuando lo tuve por primera vez en mis manos, y lo regalé, ya ni recuerdo a quién.