sábado, 7 de mayo de 2011

Amar la trama más que al des-enlace.



- Hola, quiero un boleto por favor
- Buenas tardes joven, ¿para cual función?
- Para la de las 00.00 Hrs.
- Está bien, ¿cual ubicación prefiere?
- Tercera fila. Sexta butaca por favor.
- La sexta butaca está reservada. Quedan disponibles la octava, y la cuarta de la tercera fila.
- Ahh. Y la sexta de la cuarta, ¿está disponible?
- Si, esa si. Aquí está su boleto joven, ¡qué disfrute la función!
- No creo que.. Bueno, gracias de todas formas.

Sabía que -por fortuna o mala suerte- no disfrutaría de la función. Entonces decidí, deleitarme con el gran pasillo que conducía al salón. Comencé a esquivar los pálidos cuadrílateros del piso, y opté deslizarme diagonalmente por los oscuros.
Eché un vistazo al fastuoso reloj que se exhibía en el muro, y eran recién las 22.37 Hrs. Seguí caminando, llegué al vacío salón. Al parecer el público era puntual, o simplemente no contaban con el tiempo necesario para deambular, un frío Viernes de Mayo. Tomé el boleto que había comprado recién, había olvidado mi ubicación, o mejor dicho, sólo había olvidado la fila que me correspondía. Ubiqué la butaca número seis, y tomé asiento.
Era extraño que con lo que tanto me gustaba actuar, -y sobre todo en ese teatro- me rondara una sensación de una parcial tranquilidad. Me sentía despojado de responsabilidad y de conciencia, ya no tenía nada más que hacer ahí, al menos en
esa función, sólo debía estar atento al triste o feliz espectáculo.
El tiempo se me pasaba lentísimo, pero en realidad, tampoco tenía muchas ganas de que empezara de inmediato. Con sólo pensar en la parte final, cuando los actores se toman de las manos, y hacen una reveverencia de agradecimiento hacia el público, se me contraía el estómago rápidamente.
Qué grato pero extraño a la vez, es sentirse como me siento. Ya que no debo interpretar ningún puto papel, nada de nada. No debo ni pensar, ni optar, ni dudar, ni expresar. Sólo sentir, escuchar, y contemplar. Quizás sea lo más complicado, pero a estas alturas, todo me da igual, ya que estoy disfrutando desde ahora, incluso con una hora de empezar la función.
Faltando un par de minutos, y rodeado de gente, se me ocurrió la fabulosa idea, de abandonar el salón. Me da un poco de temor ver el abrupto fin de aquella obra, que ni siquiera sé si me gustará o no. ¿Podría finalizar acaso por el principio? son precisamente los preparativos los que me emocionan, ver como arreglan la iluminación de las tablas, el vestuario, la música, la poca entendible escenografía, etcétera. Creo que el raro -una vez más- soy yo. La gente real, normal, o común -como estime llamarlos- optarían por todo lo contrario. Son materialistas, les encanta el resultado, lo objetivo, lo tangible, incluso lo sencillo, para así poder justificar las lagrimas de mierda que puedan soltar -si la obra es triste-, o el ruidoso choque de sus palmas, en forma de gratitud.
Sería feliz pausando la obra justo en la mitad, salir, fumarme un lucky, conversar con la guapísima mina que está sentada en la segunda butaca besando al tipo de polera azul, sentir el ruido de sus pulseras mientras habla y mueve las manos, y luego volver junto a ella al salón, rebobinar la obra, siempre en la misma escena; cuando los protagonistas recién se conocen, y sin saber nada del otro ni manejar antecedente alguno, sólo se dejan llevar por lo que sienten y viven.